Que contar con vivienda es un elemento
fundamental para mejorar la calidad de vida y por ende lograr el desarrollo,
parece ser un asunto tan evidente para todos que no necesita argumentación a
favor, ni tampoco demostración alguna. Aquí subyace la noción de que contar con
un activo, cualquiera sea este y con mayor razón si es una vivienda o terreno,
de por sí ya sienta las bases para un progreso futuro. En nuestro criterio la
cuestión no es tan obvia como aparenta. En la abstracta teoría dicho concepto
puede ser correcto, pero a medida que uno va acercándose a la realidad, como
acontece con toda abstracción, va perdiendo contundencia.
Para nadie es desconocido que vivimos en
una sociedad escindida en clases sociales, en ese marco, un paseo por la ciudad
de El Alto puede demostrar que el activo/vivienda tiene diferentes efectos,
dependiendo de quien la posea sea una familia adinerada o empobrecida. En los
sectores enriquecidos la vivienda, más allá de mejorar sus condiciones de vida,
puede ser un elemento de ostentación, un lujo; es posible que en las clases
medias la vivienda sea un apoyo para mejorar su vida; pero con seguridad que en
los sectores empobrecidos, que son la mayoría de una sociedad como la nuestra,
la vivienda no cumple ese rol.
Foto: Vista aérea de la ciudad de El Alto. Hubert Mazurek |
La razón está en que las familias pobres no
cuentan con un excedente, aunque sea mínimo, que les permita ir ahorrando o
aportando para hacerse de una vivienda. Sin embargo, tómese en cuenta la
siguiente información: en el artículo Mejoramiento Habitacional en la Ciudad de
El Alto, Melendez y Quezada sostienen que "el 85% del parque habitacional
en la ciudad de El Alto es autoproducido", de la misma manera en el
estudio Impactos Macro y Microeconómicos de la Producción Social de Vivienda se
presenta datos que muestran que más del
75% del parque habitacional en las principales ciudades latinoamericanas
también ha sido autoproducido, en ambos casos por los sectores más
empobrecidos. Es decir, los pobres consiguen un terreno y van construyendo paso
a paso su morada y la ciudad.
Inmediatamente surge la pregunta: ¿Con qué recursos? Con los que logran acumular luego de
renunciar a educación, salud, alimentación. Cómo dice el dicho popular "quitándose
un pan de la boca". Para decirlo en
el lenguaje de los economistas, optar por una vivienda tiene, en nuestro
criterio, un costo de oportunidad muy elevado. La existencia de un sistema de
crédito no es óbice a nuestra afirmación, no sólo porque los créditos tienen
que ser reembolsados tarde o temprano, sino porque los pobres de verdad están
fuera del sistema financiero formal e incluso del creado por algunas ONG con
tal objetivo.
Si para la mayoría de la población
conseguir una vivienda implica renunciar a componentes sustanciales para el
desarrollo, no debería extrañar la situación de pobreza en la que se encuentran
los alteños y latinoamericanos. Sin necesidad de entrar a debatir que
entendemos por desarrollo, indiscutiblemente, la sinergia que puede generar una
alimentación adecuada, un estado saludable y una educación de calidad, además
de significativa es fundamental para mejorar la calidad de vida;
específicamente y desde la perspectiva urbana, es esencial para ejercer la
ciudadanía e introducirse a la economía urbana.
La cuestión es más grave aún, si para el
análisis tomamos en cuenta la investigación presentada en el libro Viviendas
Progresivas, un estudio hecho para ciudad de México, pero cuyos resultados son
perfectamente aplicables a las ciudades latinoamericanas y a El Alto; en el
mismo se demuestra que autoproducir una vivienda tarda en promedio 15 años. Lo
que desde nuestro punto de vista conlleva 15 años de renunciamientos y
sacrificios, y postergación del desarrollo.
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