16 agosto 2016

Imagen extraída de Cynophobia, Jane Bicks. 24 de abril de 2014
Al criticar la iniciativa de la Asociación Huellitas Bolivia de instalar dispensadores de comida para alimentar a los perros de la calle, Raúl Peñaranda ha ocasionado un sinfín de reacciones en la red; lo que le ha impulsado a plasmar sus criterios sobre los “perros callejeros” y las reacciones que ha recibido, en dos entregas de la columna que mantiene en el periódico Página Siete. En dichas entregas he encontrado imprecisiones sobre el problema y alusiones a los defensores de los animales que, pienso, no vale la pena dejar pasar.

Por qué existen “perros callejeros”

Peñaranda se opone a la iniciativa de alimentar a los perros sin dueño en la calle, porque le “pareció una pésima idea” que –según sostiene- “lo que hará es fomentar la existencia de estos canes, que ya pululan por miles en nuestras ciudades”.

Su argumento no considera que las causas para la existencia de tanto “perro callejero” han sido y son las personas que en algún momento han abandonado a su mascota; o las que han permitido que su mascota se reproduzca, generalmente, con el pretexto de que sus hijos conozcan el “milagro” del nacimiento, para después abandonar a la camada con la esperanza de que alguien los recoja o, peor, se busquen la vida por si mismos; también están quienes hacen que los perros se reproduzcan con el fin de comercializarlos, lo malo en estos círculos es la práctica común de echar a la calle a las crías que no cumplen los estándares de una determina raza y también a los sobrantes de la comercialización.

A lo acabado de decir se puede adicionar muchas otras tipologías de abandono de perros, pero en todos los casos el causante ha sido el ser humano; ese ser que según se infiere de lo escrito por Peñaranda es superior a los animales.

Además, el número de los perros en la calle va en aumento porque no existe una política municipal, debidamente presupuestada, destinada a, por ejemplo: esterilizarlos, de tal manera de cortar el ciclo natural de reproducción de los mismos. Menos existen acciones municipales destinadas a educar a los dueños de los perros, a fiscalizar y controlar a los criadores, etc.

En este contexto, la iniciativa de colocar dispensadores de comida para perros de la calle no va a “fomentar” la existencia de los mismos, ni va aumentar su número, ni va a acrecentar el problema. Por el contrario, además de ser un acto de caridad con dichos animales, a condición de ser complementada y mejor si fuese parte de una política de contención de la población canina, puede ser el primer paso para vacunarlos, contarlos y saber realmente la dimensión del problema. Yendo un poco más allá, la iniciativa puede permitir esterilizarlos e incluso, a una pequeña parte, encontrarles dueño.

La alternativa contraria a este tipo de intervenciones es recoger a todos los “perros callejeros” y eliminarlos, lo que en mi criterio sí sería una mala idea.

Peñaranda no propone explícitamente este extremo, de hecho en su segundo artículo aclara que no usó las palabras eliminarlos o sacrificarlos. Pero, parece sugerirlo cuando se queja y dice “los sistemas de control de perros callejeros de La Paz, El Alto y otras ciudades, incluido el trabajo de las perreras, prácticamente ya no existen. Es una victoria, lamentable, de los defensores de los animales”, o cuando dice que “los sistemas de recojo de canes de las alcaldías, antes llamadas perreras, seguirán sin funcionar o funcionando a medias o a cuartas”.

¿Qué piensa este señor, que las perreras recogían a los perros de la calle para apapacharlos, para esterilizarlos, para buscarles dueño? ¿No sabe que los recogían para meterlos en una cámara de gas? ¿No sabe que cuando las perreras no tenían monóxido de carbono puro, conectaban la cámara de gas al escape de algún viejo motor de combustión? Es cierto, el motor también echa monóxido de carbono, pero mezclado con otros gases tóxicos; situación que marca la diferencia entre morir después de dormir o morir asfixiado. Claro, como eran perros la diferencia no importaba.

Publicación de la Asociación Huellitas Bolivia
Sin embargo de lo argumentado hasta aquí, lo cierto es que ni alimentar y cuidar de los perros callejeros, mucho menos eliminarlos, resolverá el problema; para ello es necesario que evitemos que los mismos continúen siendo abandonados, que evitemos que la sociedad y sus instituciones se mantengan impasibles ante dicha situación, que logremos que los dueños de perros sean más responsables y consecuentes con las tareas que implica tener una mascota, en fin, aquí cabe un largo etcétera, pero, al final del mismo, la raíz del problema está en el tipo y la calidad de relación que los seres humanos establecemos con los animales en general, no sólo con los perros.

Cuestiones éticas en la defensa de los animales

Los yerros en el primer artículo de Peñaranda, tristemente, no se agotan en que no logra identificar las causas del problema; también están en afirmaciones como esta: “los defensores de los animales creen tener una superioridad moral”; o en acusar a la Asociación Huellitas de que con esa acción quieren “liberar su conciencia, para creerse superiores al resto, para jactarse con sus amigos sobre ‘lo solidarios que son’”; o en concluir que “esos animales (los perros) tienen más derechos que las personas”.

Los aspectos éticos de la defensa de los animales cuestiona directamente los aspecto éticos que conlleva aquella orden que Jehová –sin ninguna cortapisa, según cuenta el Libro del Génesis– daba a quienes había creado a su imagen y semejanza, a saber: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.

A poco más de 3.500 años de haberse escrito dicho libro, es más que evidente que el ser humano ha cumplido dicha orden con suficiencia: ha sojuzgado a la naturaleza y se ha enseñoreado sobre los animales, sensiblemente, con extremos de irracionalidad y violencia que sólo son equiparables a la ira del mismísimo Jehová.

Esta situación obligó y obliga a preguntarse: ¿Hasta qué punto esta forma de concebir nuestra relación con la naturaleza y los otros seres vivos del planeta es valedera hoy? ¿Podemos enseñorearnos sobre su entorno y atentar las condiciones en las que desenvuelven su vida? En relación directa a los animales que hemos domesticado y/o dominado, siguiendo a Basilio Baltazar, coordinador del libro “El Derecho de los Animales” (2015), corresponde preguntarse: “¿Podemos manejar sin contemplaciones a los animales que satisfacen nuestras necesidades y placeres? En su caso ¿qué tipo de contemplaciones nos parece imposible adoptar? O, por ejemplo: ¿qué contemplaciones estamos dispuestos a respetar?”

Estas preguntas no han caído del cielo, ni han sido ordenadas por una entidad superior, ni surgen de una sensiblería ufana, más bien han surgido en el marco de un mayor conocimiento de la naturaleza por parte del ser humano; de una mejor comprensión de su lugar en ella, y de la incidencia de su actuar; de un mejor conocimiento de las “bestias”, lo que ha permitido comprender que las diferencias de éstas con los humanos, en función de ciertos parámetros esenciales, no habían sido tan abismales como se suponían.

Las respuestas a las preguntas planteadas y a otras similares, que los científicos (principalmente los de la biología evolutiva), etólogos, primatólogos, psicólogos, ingenieros, filósofos, e inclusive juristas han brindado, ha dado lugar a reflexionar sobre lo que se ha venido a denominar los “derechos de los animales”.

¿Pueden los animales ser sujetos de derechos o, por el contrario, son los humanos los que tienen el derecho/deber a no dañar su entorno, y a que no se los lastime, torture, explote? ¿Podemos considerar a los animales como parte de nuestra comunidad de iguales o, por el contrario, es nuestro deber ético cuidar su entorno y cambiar el trato que les brindamos? Este ha sido quizá uno de los asuntos, entre muchos otros, que mayor controversia ha causado y continúa causando en este campo de reflexión; sin embargo, lo esencial aquí –independiente de la postura que se asuma sobre los temas en controversia– como lo hace notar Iñigo Ongay (2003), es que se ha ido “rompiendo con el marco antropocéntrico tradicional dentro del que se habría venido moviendo la filosofía moral desde sus orígenes griegos”.

Esta ruptura, equivalente a la ruptura de la Teoría Geocéntrica, para algunos unos implica dejar atrás los valores humanistas (pos-humanismo), para otros implica ampliar la frontera de esos valores (humanismo animalista).

Por ello, en este proceso existen una serie de profundas reflexiones morales, radicales disensos y, por supuesto, el mismo no está exento de posicionamientos extremos. Pero, en ningún caso las reflexiones versan sobre “superioridad moral”, o liberación de la conciencia humana, y menos propugnan que los animales deben tener más derechos que las personas; la cuestión es más profunda que las dicotomías simples (superior/inferior, más/menos derechos) con que Peñaranda trata el asunto.

No conozco directamente a quienes dirigen la Asociación Huellitas, ni a quienes trabajan en ella; sin embargo, una rápida revisión de su accionar me hace concluir que se los puede inscribir en una de las corrientes filosófico-políticas en defensa de los animales; por ello me parece irresponsable que Peñaranda les acuse de “liberal su conciencia, para creerse superiores”. Podemos discrepar con su accionar, pero también es irresponsable plantear esas discrepancias sin el adecuado conocimiento de los factores que ocasionan la excesiva población canina y su sobrevivencia en la calle.

Tampoco he revisado al detalle las respuestas que Peñaranda ha recibido por Twitter. Aunque dudo que por ese medio pueda realizarse un debate serio, estimo que alguna respuesta adecuada ha debido recibir; lo malo es que sí ha recibido varios insultos e incluso amenazas. Sin embargo, su error está en considerar que todos los defensores de los animales son así, que todos creen tener “superioridad moral”, que todos en vez de debatir insultan o amenazan.

Tal es su error que no se percata que en este bando, como en cualquier otro, pueden existir personas intolerantes (ojala no tantos), y también personas superficiales y desubicadas, tanto o más que él. Pero esto, en ningún momento le da asidero para descalificar no sólo a la Asociación Huellitas, sino a toda una corriente social, que con fuertes asideros filosófico-políticos, defiende a los animales y específicamente a los perros de la calle.

Fobias jailonas

Una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, de acuerdo con el diccionario, es un prejuicio. Por lo expuesto líneas arriba, puede concluirse que en las dos columnas que Peñaranda ha publicado sólo hay eso: prejuicios. Sin embargo, me temo que sería una conclusión equivocada.

En mi criterio, los prejuicios de Peñaranda connotan una aversión exagerada (fobia) a los perros de la calle. Si no es por su fobia, no puede entenderse que mienta con los datos y exagere la dimensión de los problemas.

Por ejemplo, llega a decir que “en todo el territorio (nacional) unas mil personas son mordidas por perros sin dueño cada día, 365 mil al año”, no sólo que no es cierto, sino que es una exageración. De acuerdo con la información oficial, brindada por el responsable del Programa Nacional de Zoonosis del Ministerio de Salud, el año 2014 el número de personas que fueron mordidas llegó a 33.364 y el 2015 esa cifra subió a 36.666. (El Día 14/03/2016).

Esas cifras corresponden al número de personas que fueron tratadas por mordida de perro en un centro de salud; supongamos que existe el doble o el triple de personas que al ser mordidas no asiste a ser tratada, ni aun así llegaríamos a la cifra que la mente fóbica de Peñaranda imagina.

Su fobia también le hace confundir la rabia canina con la rabia humana. Dice: “sólo en el primer semestre de este año se produjeron 31 casos de rabia canina en Oruro y 24 en Cochabamba. Contando el resto de la población boliviana, es probable suponer que esta enfermedad, que es mortal si no se controla a tiempo, afecta a 300 o 400 personas al año”. Hace su suposición sin percatarse que los casos de rabia canina no pueden extrapolarse directa e inmediatamente a los casos de rabia humana. Una vergüenza.

La información indica que el año 2014 hubieron 200 casos de rabia canina, el 2015 esa cifra subió a 300 (El Potosí, 11/03/2016); en lo que va del 2016 ya estamos con 156 casos reportados (Ministerio de Salud, 16/08/2016). No hay una cifra oficial sobre el número de personas con rabia humana, aunque la información brindada por el responsable nacional de zoonosis daba cuenta que el 2015 se presentaron cuatro casos de este tipo (El Diario, 12/02/2016). Siendo así, solo un aborrecimiento equivalente al que Peñaranda siente por los perros, explica la manipulación de las cifras que presenta.

Los otros datos que presenta Peñaranda también son endebles, y la mayor parte de lo que dice y concluye se justifica por su aversión a los perros más que por su argumentación. El punto culminante de ello, en mi criterio, es cuando se refiere a su tía, esa “que solía caminar por su barrio”, pero que ha dejado su costumbre porque “los perros tienen más derechos que ella”, y ella “les tiene miedo”.

Tal es su fobia que no se da cuenta que ese tipo de comportamiento no es normal. De hecho, en psiquiatría está catalogado como un “trastorno de ansiedad”. Por ello, esa señora y posiblemente Raúl Peñaranda, más que retirar a los perros de la calle, necesiten tratamiento.

Lamentablemente no hay vacuna para la fobia a los perros, pero sí la hay para la rabia canina. Cuya aplicación completa, es decir incluidos los perros sin dueño que viven en la calle, ha demostrado ser muy eficaz para eliminar la enfermedad.

Además de las fobias, que pueden ser comprensibles en una persona que las padece, lo que me molesta realmente son las motivaciones jailonas de Peñaranda. No. No lo estoy insultando, lo estoy caracterizando.

Un jailón se fastidia por las “toneladas diarias de caca” de perro en las calles, pero no por los factores que hacen que ello sea así; un jailón se incomoda porque los perros “esparcen la basura”, pero no se cuestiona por la forma en que los humanos, esos seres superiores a los animales, generan y disponen de su basura; un jailón se enfada por el “mal aspecto que todo ello produce”, pero no le importa (menos se compadece) como llevan su vida miles de perros abandonados; un jailón, al igual que las Kardashian, se preocupa por “likes”, por los “me gusta”, por los retuits que consigue en las redes sociales, no por entender a cabalidad el asunto al cual se está refiriendo.

La necesidad de debatir sobre los perros abandonados en la calle

En su primera columna, Peñaranda señala “Lo que pasa es que los protectores de los animales tienen una actitud tan agresiva que impiden cualquier debate al respecto”; en la segunda insiste y dice: “es imposible mantener en Bolivia un debate razonable respecto a los canes vagabundos por la manera cómo reaccionan los defensores de los animales”. Incluso Página Siete ha dado su respaldo editorial a este posicionamiento. Pero, siento decirlo, aunque Raúl Peñaranda llame al debate, por el momento no es un interlocutor válido para debatir estos temas.

¿Cómo puede debatirse con quién descalifica antes de argumentar? En efecto, luego de acusar a los defensores de los animales de “superioridad moral”, Peñaranda aduce que Hitler, Calígula, Kim Jong-iI, “y quién sabe cuántos abusivos más” también amaban a sus mascotas, por lo tanto “superioridad moral, nada”. Esta forma de razonar conlleva una seria falla argumentativa (en lógica se la tipifica como Falacia Ad-hominem): en vez de revisar, cuestionar o rechazar alguno de los fundamentos morales que mueven a los defensores de los animales, o siquiera explicar de dónde saca eso de “superioridad moral”, simplemente los desacredita con una comparación boba.

¿Cómo puede debatirse con alguien que no tiene el más mínimo conocimiento del tema; que en vez de argumentos expone prejuicios; cuyas fobias no puede contener y, para el colmo, tiene motivaciones excesivamente superficiales para ir al debate?

No obstante, pienso que urge debatir sobre las causas que ocasionan la existencia de perros abandonados en la calle, y la mejor forma de solucionar este asunto y los problemas de salud pública que acarrea.

Si Raúl Peñaranda sigue empeñando en estos temas, deseo sinceramente que presente argumentos válidos; caso contrario, las respuestas que se le puedan brindar -me temo- que tomaran un cariz de educación a distancia sobre ética y defensa de los animales; o, peor, un cariz de tratamiento anti-fóbico por entregas semanales.

Gustavo Marcelo Rodríguez Cáceres
Cochabamba, 16 de agosto de 2016

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