22 octubre 2012


Al referirse al “día de la descolonización” Álvaro García Linera sostenía que: “El país se ha descolonizado económicamente. No dependemos de ningún país del mundo para definir nuestro destino económico, para invertir, construir, pagar los salarios. No dependemos de ningún poder extranjero, no le pedimos el favor a nadie para definir lo que hacemos con nuestro país, hemos nacionalizado nuestros recursos naturales” (La Razón 12/10/2012).


Esta declaración contrasta con otra anterior que, el mismo vicepresidente, realizó en ocasión del 5º Congreso Internacional Bolivia Gas y Energía, donde decía: “Ya van cuatro meses [de vigencia del incentivo petrolero], compañero Delius, y todavía no veo nada, no estoy viendo movimiento en el área petrolera. Con usted hemos trabajado ese acuerdo, sería muy importante que las empresas, así como lo dijeron cuando hemos trabajado con ellas para mejorar este tema, muestren la voluntad de producir mayores volúmenes de petróleo. Necesitamos más gas, pero también petróleo” (La Razón 24/08/2012)

No es una contradicción menor, en agosto, luego de anotar que hay ventajas otorgadas a las petroleras y acuerdos incumplidos por ellas, implícitamente, señalaba que dependemos de “la voluntad de producir” de las mismas; en cambio, en octubre, explícitamente, señala que “no dependemos de ningún poder extranjero”.

Antes de responder nuestra interrogante es necesario realizar algunas anotaciones. Primero, que, aunque existen varios datos y muchos ejemplos que podrían refutar las aseveraciones referidas a la “descolonización económica”, resalta que las mismas no son aplicables al sector petrolero, justamente al sector que se supone ha sido completamente nacionalizado; en cambio, las afirmaciones dirigidas al empresariado petrolero son crudamente reales. Veamos:

Es cierto que YPFB Corporación está invirtiendo en las plantas separadoras de líquidos, en la extensión y conexión domiciliara de las redes de gas natural, en la planta de urea y amoniaco, todas inversiones necesarias e importantes, pero, la inversión en exploración y explotación, núcleo que determina el ritmo y desarrollo de toda la industria, exceptuando el esfuerzo de YPFB Chaco y la reciente operación de Itaguazurenda, es ínfima. Al parecer se olvida que sólo el control y operación de ese núcleo otorga la base y garantiza el logro de la soberanía energética. Por ello, a seis años de una tímida nacionalización de los hidrocarburos, casi el 85% de las reservas y poco más del 70% de la producción están en campos operados por las transnacionales petroleras, en campos donde los objetivos a lograrse, los montos de inversión y las actividades son definidas por este “poder extranjero” y no por YPFB.

Lo grave, que parece no haberse enterado el vicepresidente, es que no hay la intención de cambiar esta situación. Los actuales ejecutivos de YPFB Corporación, en vez de conformar una empresa estatal capaz de dirigir y operar el núcleo de la industria, en vez de ir tomando bajo su dominio la exploración y explotación petroleras, han colocado en oferta internacional 3,98 millones de hectáreas con potencial hidrocarburífero, y se han dado a la tarea de “colarse” a cuanto evento internacional encuentren para, además de las áreas de exploración, ofrecer retornos de inversión rápidos, incentivos a la producción, legislación favorable, etc.

Lo segundo es que la frase proclamando la descolonización económica estaba dirigida a todo el país y a la población en general; en este escenario lo que importa es mantener las formas del “proceso de cambio”, idealizar la “revolución democrático cultural”, ensalzar la “descolonización en marcha”. No importa que el discurso no corresponda con la realidad, como bien caracterizó Carlos Medinaceli, algo propio de la intelectualidad boliviana dedicada a la política es querer “con palabras realizar los hechos”, actitud en la que además subyace un desprecio olímpico por la gente común, a la cual asumen incapaz de darse cuenta de sus embustes.

Lo tercero es que la frase dirigida al “compañero Delius” fue vertida en un escenario empresarial, en un escenario donde las transnacionales petroleras tienen la batuta. Allí no se trata de cambiar la realidad a fuerza de las palabras, sino de informar que lo exigido por los “poderes extranjeros” ha sido realizado, de quejarse levemente que esos poderosos no están cumpliendo lo acordado, de pedirles sutilmente tengan la “voluntad” y nos hagan “el favor” de producir petróleo. Esto me hace recuerdo a otra característica de este tipo de intelectualidad, que en su tiempo también anotó Medinaceli: “idealistas en las palabras e inescrupulosas en los hechos”.

Intentando una respuesta a la interrogante con que inicia esta nota podríamos decir que tergiversar los hechos, sublimar el discurso ante quienes se dice servir, comportarse dócilmente ante quienes verdaderamente tienen el poder, es propio de las burocracias en el poder, especialmente de las intelectualizadas. Cuyo prototipo, allá por el siglo XIX, eran los doctorcitos de Charcas a los cuales la picardía chuquisaqueña, en función de su particular atuendo tipo esmoquin con faldones, había bautizado como “huayralevas” (huayra=viento; leva=chaqueta); y cuyas prácticas y comportamientos Carlos Medinaceli identificó como Huayralevismo.

Siendo un poco más incisivo podría decirse que el comportamiento y el discurso contrapuestos de Álvaro García Linera se explican porque no ha logrado superar, en sus términos, “descolonizarse” de las taras propias de las burocracias gubernamentales. O peor, porque ha sido cooptado por las clases detentadoras del poder, situación que no lo convierte en uno de ellos, sino en el prototipo del huayraleva del siglo XXI.

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