19 abril 2006



Que contar con vivienda es un elemento fundamental para mejorar la calidad de vida y por ende lograr el desarrollo, parece ser un asunto tan evidente para todos que no necesita argumentación a favor, ni tampoco demostración alguna. Aquí subyace la noción de que contar con un activo, cualquiera sea este y con mayor razón si es una vivienda o terreno, de por sí ya sienta las bases para un progreso futuro. En nuestro criterio la cuestión no es tan obvia como aparenta. En la abstracta teoría dicho concepto puede ser correcto, pero a medida que uno va acercándose a la realidad, como acontece con toda abstracción, va perdiendo contundencia. 

Para nadie es desconocido que vivimos en una sociedad escindida en clases sociales, en ese marco, un paseo por la ciudad de El Alto puede demostrar que el activo/vivienda tiene diferentes efectos, dependiendo de quien la posea sea una familia adinerada o empobrecida. En los sectores enriquecidos la vivienda, más allá de mejorar sus condiciones de vida, puede ser un elemento de ostentación, un lujo; es posible que en las clases medias la vivienda sea un apoyo para mejorar su vida; pero con seguridad que en los sectores empobrecidos, que son la mayoría de una sociedad como la nuestra, la vivienda no cumple ese rol.

Foto: Vista aérea de la ciudad de El Alto. Hubert Mazurek
La razón está en que las familias pobres no cuentan con un excedente, aunque sea mínimo, que les permita ir ahorrando o aportando para hacerse de una vivienda. Sin embargo, tómese en cuenta la siguiente información: en el artículo Mejoramiento Habitacional en la Ciudad de El Alto, Melendez y Quezada sostienen que "el 85% del parque habitacional en la ciudad de El Alto es autoproducido", de la misma manera en el estudio Impactos Macro y Microeconómicos de la Producción Social de Vivienda se presenta datos  que muestran que más del 75% del parque habitacional en las principales ciudades latinoamericanas también ha sido autoproducido, en ambos casos por los sectores más empobrecidos. Es decir, los pobres consiguen un terreno y van construyendo paso a paso su morada y la ciudad.

Inmediatamente surge la pregunta: ¿Con qué recursos?   Con los que logran acumular luego de renunciar a educación, salud, alimentación. Cómo dice el dicho popular "quitándose un pan de la boca".  Para decirlo en el lenguaje de los economistas, optar por una vivienda tiene, en nuestro criterio, un costo de oportunidad muy elevado. La existencia de un sistema de crédito no es óbice a nuestra afirmación, no sólo porque los créditos tienen que ser reembolsados tarde o temprano, sino porque los pobres de verdad están fuera del sistema financiero formal e incluso del creado por algunas ONG con tal objetivo.

Si para la mayoría de la población conseguir una vivienda implica renunciar a componentes sustanciales para el desarrollo, no debería extrañar la situación de pobreza en la que se encuentran los alteños y latinoamericanos. Sin necesidad de entrar a debatir que entendemos por desarrollo, indiscutiblemente, la sinergia que puede generar una alimentación adecuada, un estado saludable y una educación de calidad, además de significativa es fundamental para mejorar la calidad de vida; específicamente y desde la perspectiva urbana, es esencial para ejercer la ciudadanía e introducirse a la economía urbana.

La cuestión es más grave aún, si para el análisis tomamos en cuenta la investigación presentada en el libro Viviendas Progresivas, un estudio hecho para ciudad de México, pero cuyos resultados son perfectamente aplicables a las ciudades latinoamericanas y a El Alto; en el mismo se demuestra que autoproducir una vivienda tarda en promedio 15 años. Lo que desde nuestro punto de vista conlleva 15 años de renunciamientos y sacrificios, y postergación del desarrollo.

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